miércoles, 11 de febrero de 2015

Chin chin por la incomodidad.

Dado que últimamente he tenido la desgracia de vivir unos cuantos momentos incómodos y que mi capacidad para pensar un tema sobre el cual escribir (llevo 3 borradores en este blog sin publicar desde la semana pasada y este puede pasar a ser el cuarto, lets see what happens) he decido que por qué no, ¡qué demonios! Voy a escribir sobre unos cuantos momentos que a mi modo de ver, resultan incómodos. 

No soy una persona que aguante fácilmente estas situaciones de incomodidad. Mi cara suele reflejar por lo general lo que me pasa, para bien o para mal y si tengo que vivir una situación complicada me convierto en un neón pidiendo auxilio.

El saludo frustrado: a todos os ha tenido que pasar. Cuando vas por la calle tan feliz y ves en la distancia a ese/a compañero/a de clase/trabajo/veteasaberdequéleconoces y decides saludar. No me refiero a plantarte delante de la persona en cuestión e iniciar una conversación. Simplemente un "hey" o "aupa" más concretamente en mi caso. Un saludito en la distancia, una forma así como amable de ser persona. Personalmente se convierte en un momento incómodo cuando te quedas con la mano colgando cual maniquí de los chinos, mientras la otra persona que TE HA VISTO ha decidido que levantar la mano o intentar verbalizar un saludo en respuesta era demasiado esfuerzo. Y ahí te quedas. 
#Pues ok
El fallo de coordinación: para este caso necesitamos dos factores: una historia en común y tiempo de por medio. Podemos poner de ejemplo a exes. Persona A se encuentra con persona B después de mucho tiempo. Ambas retroceden a la época del pavo en la cual te preguntabas si era necesario dar dos besos o simplemente sonreír o QUÉ COJONES HACER. Una decide que dar dos besos es lo mejor. La otra decide que lo más natural es un abrazo. Se masca la tragedia. Si no han estado a punto de darse un pico extraño, es lo mejor que puede pasar. Probablemente ambas se miren y sonrían como espero que me atropelle un camión ahora mismo y santas pascuas. Pero escuece.

Que la muerte sea rápida.
El moco: por favor, que levante la mano quien sabe decirle a alguien que tiene un moco sin destrozar una vida. Porque necesito clases. 
Llevo un par de días viendo como una persona tiene de pronto un moco del tamaño de un iceberg en su nariz. Uno de esos mocos que cuelgan, que prácticamente llegan a rozar el labio, que tienen vida propia, que pesan más que una patata frita, que TE ESTÁN HABLANDO. Uno de esos mocos con los que te preguntas si dicha persona tiene algún tipo de parálisis facial de la cual tú no tenías ni idea. E intentas no mirarle a la cara, no mirar sobretodo a ese descomunal artefacto del mal. Pero cuando sorberte la nariz cual cocainómano un martes cualquiera, pasar la mano bajo la nariz en repetidas ocasiones o bizquear sin control cuando esa persona te mira a los ojos no es señal suficiente, ya sólo deseas que esa persona desaparezca. Porque a veces los momentos incómodos lo son lo suficiente como para que quien tenga que desaparecer sea el otro. 

HELP.

Gases involuntarios: ya sea en forma de eructo como por otro orificio, lo primero es importante aclarar que las mujeres no sufrimos de este tipo de incomodidades porque nosotras jamás hacemos tal cosa. Y quien diga lo contrario está mintiendo como un bellaco y se merece el peor de los infiernos.

Pero a veces, pasa, que hay una bonita pareja afianzándose durante una cena romántica o un paseo por el parque y en un momento en el que la risa aprieta, aprieta tanto que la carcajada va con sorpresa. Todos los científicos del amor están de acuerdo en que un gas en el momento adecuado es símbolo de amor eterno y confianza en la pareja. En otras ocasiones, y sobretodo si es al inicio de la relación sólo significa que tendrás que entrar al tinder de nuevo. En cualquier caso siempre puedes salir con la frase mejor fuera que dentro o el maravilloso (y en honor a una gran amiga) disculpa, qué tos.

Surprise motherfucker!
"Dientes, dientes, que es lo que les jode": te vas a cenar por ahí con amigos. Y quién sabe, quizás también entre ellos se encuentre esa personita especial con la cual querrías tener algo más que abrazos incómodos. El caso es que salís de fiesta, todo parece estar bien, charlas animadamente con todo el mundo porque quieres demostrar que eres una persona extrovertida  y segura de si misma y de eso no les cabe duda. Porque al volver a casa y sonreír satisfecho/a ante el espejo, descubres que has estado toda la noche con un cacho de ALGO entre las paletas. ¿Por qué señor? ¿Por qué? *Añado un asterisco por todas aquellas personas que hemos sufrido también la versión contraria y no hemos sabido advertir a ese alguien que un cacho de espinaca había decidido acampar en su paleta.

Las mujeres (y los hombres coquetos) también tenemos la versión de la sonrisa del joker con nuestros pintalabios rojo putón que deciden hacer vida en nuestros dientes. Lo mismo da que da lo mismo.

Soy divina porque el mundo me ha hecho así.

Sinceridad traicionera: pues eso. Un día alguien hace una de esas cosas que siempre que hace te sacan de quicio, como puede ser respirar y la ira que sientes es tal que necesitas desesperadamente desahogarte con tu confidente del alma. Pero no calculas bien ni el escondite apartado ni el volumen de tu voz (si llevas unas copas de más, a veces no puedes ni calcular a quién se lo estás diciendo) y en medio de tu speech sobre qué es lo que odias más de esa persona, si es su nariz o la forma en la que parpadea, tu confidente pone una cara de horror digna de la saga de Scream y tú sabes que elquenodebesernombrado se encuentra ahi, poniendo antena en tu nuca. Y no. En este caso no tienes muchas más opciones que huir y jamás mirar atrás. 

Corre como el viento, perdigón.
"Public transport: the final fight": si alguien se pregunta por qué he puesto este título como si se tratara de una película es porque aún no sabe que soy imbécil. Si alguien se pregunta por qué en inglés... Fuck off man, I'm in England! No, ahora en serio. Los títulos de películas suenan mejor en inglés siempre. Sino que se lo digan a Spielberg con Jaws que en España destripamos todo el pastel. (Como si hubiera dudas sobre el argumento antes de nada).

En fin, el caso es que vas tú en tu transporte público favorito y de repente (y por lo general se da así) una mujer que obviamente es más mayor que tú pero desconoces hasta qué punto sería necesaria la prueba del carbono 14, te clava su mirada. Porque tú eres joven y estás sentado/a y eso en Francia era guillotina cuando los tiempos iban mejor. Entonces comienza ese juego de miradas que ni de lejos podría estar en la saga de 50 Sombras de Grey; porque tú no crees que sea ni tan mayor ni tan discapacitada y ella no deja de sentir que tú eres un ser del mal que debería dejarle el sitio. Ese día probablemente se puso unos zapatos nuevos de 15 cm que si puede llevar a su edad pero que por desgracia le están rozando el juanete. Así que tú deberías haber desaparecido en el mismo instante en el que ella apareció. Y sólo tú, Burgo de Arias.

Morirás entre terribles sufrimientos.

Y... Hasta aquí el blog de hoy. Aún no me creo que haya conseguido terminar un blog sin querer arrancarme los ojos y lanzarlos a una hoguera para no querer seguir leyendo más. Quizás mañana lo relea y me arrepienta pero entonces, será demasiado tarde.

Hasta la próxima entrada. Tenéis que admitir quienes me habéis leído desde siempre (hola, ama) que he publicado INCREÍBLEMENTE pronto. Así que esto sólo puede significar una cosa: hasta el año que viene no vuelvo.

Que no, amiguitos. Volveré pronto. Si mi cabeza me lo permite.